Probarse a sí mismo

Camino de Probación.

Significa: el despliegue interno que se genera en quien decide enfrentar el dolor, para volverse una persona más lúcida, más compasiva, más íntegra... Convertirá la ocasión en un instrumento que le permita penetrar más allá de lo superficial de sí mismo y saber de qué está hecho, cuál es su verdadera naturaleza, qué rincones internos aún desconoce; como quien prueba una fruta luego de haberla calado hasta su pulpa, se probará a sí mismo: ¿cuál es su real grado de madurez?; ¿cómo es el sabor de su propia dulzura, la aspereza de su propio amargor?...

El tiempo de adentrarse en la Prueba y transitarla suele resultar árido y de una extraordinaria soledad (aunque otros nos acompañen).
El evento disparador puede ser una enfermedad, un accidente, una muerte, una separación, el exilio... pero también podría serlo un proceso íntimo hasta cierto punto independiente de los eventos externos: el hacer contacto con viejas heridas, que insistentemente emergen en el pecho, o el confrontar rasgos nuestros que habíamos evitado ver, el decir "basta" a situaciones de comodidad en las que nos habíamos sobreadaptado, o el VER lo que durante mucho tiempo negamos obstinadamente...
Como en las leyendas, nadie puede atravesar la oscuridad del bosque en nuestro lugar; y uno de los principales riesgos de esta travesía es susurrarse a sí mismo que no se trata de UN TRAMO de la vida, sino que TODA nuestra vida es, fue y será así.
¡Cuidado! Dar cabida a este hechizo del pensamiento podría ser fatal.
En cambio, si estamos despiertos, hallaremos una zona interna que es capaz de no perder la serenidad, y de reconocer las ayudas que puedan aparecer.
Quien se dispone a extraer conocimiento del dolor, se sorprenderá al encontrar recursos impensados, dentro y fuera de sí, que le permitan salir hacia la luz.
Y quizás luego recordarle a otros, que ninguna oscuridad es definitiva, si se sigue en el Camino.
Así lo dijo el poeta español contemporáneo Antonio Colinas:

LA PRUEBA

Mira: a punto estás de penetrar en el bosque.
Vas a dejar la casa blanca de la cima,
tan plácida, tan llena de música y sosiego,
y ahí te espera el bosque impenetrable.
Irremediablemente deberás cruzarlo:
el bosque que desciende por ladera escabrosa,
el bosque en que no hay nadie
y el bosque en el que puede haber de todo,
el bosque de humedades venenosas,
morada de lo negro
y de una luz que enturbia la mirada.

Entra en él con cuidado y sal sin prisas,
mas nunca se te ocurra abandonar la senda
que desciende y desciende y desciende.
Mira mucho hacia arriba y no te olvides
de que este tiempo nuestro va pasando
como la hoz por el trigo.
Allá arriba, en las ramas,
no hay luces que te cieguen si es de día.
Y si fuese de noche,
la negrura más honda la siembran faros ciertos.
Todo lo que está arriba guía siempre.
Mira, te espera el bosque impenetrable.
Recuerda que la senda que lo cruza
-la senda como río que te lleva-
debe ser dulce cauce y no boa untuosa
que repta y extravía en la maraña.
Que te guíe la música que dejas
-la música que es número y medida-
y que la más alta música te saque,
al fin, tras dura prueba, a mar de luz.


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