Aprender a vivir lo inevitable

Cuando nos sucede algo desagradable podemos decidir aceptarlo como es, sin quejarnos porque el universo no se ajuste a nuestros planes. Por lo general, nuestra primera reacción espontánea puede ser de autocompasión, evasión o rebelión. Pero cuando tomamos una actitud positiva y dinámica de aceptación (no resignación o aprobación) nos encontramos con que podemos entender mejor lo que nos conviene, aprender su mensaje, sacar provecho de las circunstancias encubiertas que pueda ofrecer y, si lo decidimos así, hacerle frente con eficacia. En cualquier caso, estaremos en condiciones de tomar la responsabilidad de cualquiera de las elecciones que hagamos (elecciones de nuestras acciones, pensamientos y sentimientos) en vez de culpar de todo al mundo exterior.

Cuando leí en los evangelios las palabras de Cristo en el huerto de los olivos antes de lo que lo apresaran: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”, me enseñó a colaborar con lo inevitable como la parte más importante del entrenamiento en el desarrollo de la espiritualidad. El Buda decía: “va a pasar lo que tiene que pasar”. Las ideas sobre la colaboración con lo inevitable no son un producto de especulaciones abstractas; cuando tuve que pasar por los momentos más difíciles de mi vida, me di cuenta de que solo una actitud de aceptación consciente me harían mantener una visión clara de mis opciones reales; me di cuenta de que era libre para elegir una entre muchas actitudes ante la situación que estaba viviendo, para darle un valor u otro, para utilizarla de una forma u otra. Podía rebelarme interiormente y maldecirla; someterme pasivamente, vegetando; sentir lástima de mí mismo, autocompadecerme, y asumir el papel papel de mártir. También me di cuenta que podía elegir aceptar tal cual era la situación sin compadecerme de todo lo que me pasaba (aceptar el cáliz que me tocó), esto me permitió tener una percepción clara y pura del camino a seguir.

La aceptación es la manera más rápida y práctica de liberarse de los sentimientos negativos de una situación difícil, mientras que la rebelión inexorablemente aprieta más el nudo. La transición de la rebelión a la aceptación puede tener consecuencias muy importantes: el cambio de una actitud reactiva a una cognitiva, en la que empezamos a ver la vida como una escuela de entrenamiento, en la que una serie de situaciones nos enseñan precisamente lo que necesitamos aprender exactamente. Entendemos que nuestro crecimiento no se debe a meditaciones y ejercicios predefinidos o sesiones de terapia privada, sino que se basa, sobre todo, en el continuo proceso de cambio de la vida. 
Las situaciones dolorosas se convierten en acertijos a descifrar en vez de incomodidades que maldecir. Y, en vez de limitarnos a sobrevivir dañados, cansados o frustrados, podemos emerger de ellas enriquecidos y con mayor conocimiento.

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