La libertad de no juzgar negativamente


No es necesario juzgar a aquellas personas a quienes amamos, porque todo lo que amamos nos revela sus secretos. Si las amamos, podemos mostrarnos objetivos y no egoístas con ellas -esas son las consideraciones óptimas del amor.

Sin los juicios negativos, que nos impiden ver cómo son esas personas porque superponemos una imagen de rechazo, podemos comprenderlas y aceptarlas sin esfuerzo.

¿Cómo podemos juzgar con justicia a aquellos a quienes no amamos? ¿Cómo podemos juzgarlos cuando el desamor nos aísla contra ellos?

Al juzgar nos ponemos en una posición de separación y de exclusión –y quizá de prepotencia, de aparente superioridad-; los otros se convierten en objetivos de ataque de nuestras mentes cuando elegimos fragmentos negativos o conflictivos de sus vidas para evaluarlos como si representaran una totalidad mientras desdeñamos sus valores y los episodios gratos que han compartido.

La balanza de la justicia tiene dos platos que debemos utilizar simultáneamente, sin cargarnos hacia un solo lado y evitando desechar aquello que puede establecer el equilibrio y permitirnos una amplia perspectiva. Si nos atrevemos a evaluar los defectos, los errores y las limitaciones de los demás, debemos también acoger sus cualidades positivas, sus aciertos y sus fortalezas.

Cada uno de nosotros puede identificar sus propias limitaciones, sus errores, su confusión y distorsiones: todas estas condiciones producen infelicidad, insatisfacción, conflictos, sufrimiento, culpas, lo que nos
indica que estamos actuando bajo los requisitos de nuestros egos.

En cambio, nuestras fortalezas, nuestras cualidades positivas, nuestros aciertos, nos producen satisfacción, estados de paz y armonía, lo que nos indica que obramos desde la sabiduría del corazón.

Cuando cometemos un error y no logramos aceptarlo ni descubrirlo, añadimos otro error al primero; si nos damos a la tarea de justificarnos para defendernos y mantener nuestra posición, agregamos un error más.

Si tenemos la prudencia y la sabiduría de reparar nuestros errores y nuestros comportamientos disociadores, nuestras relaciones se acercan a la normalidad; mientras no hagamos la corrección que nos corresponde quedamos en deuda con aquellas personas a quienes afectamos con nuestras acciones. Y
lo mismo sucede cuando otras personas nos afectan negativamente, por ignorancia, egoísmo o simplemente por menosprecio -tal vez porque no satisfacemos sus intereses o sus sistemas de creencias-: si no reparan estos comportamientos quedan en deuda con nosotros en sus mentes.

Probablemente la mayoría de los seres humanos hemos juzgado negativamente a otros muchas veces. ¿Eso nos ha hecho mejores? ¿Nos ha traído bienestar? ¿Hicimos nuestros juicios porque nos habían afectado a nosotros con sus acciones o fue una inútil y arbitraria intromisión que hicimos en sus procesos de interacción particulares? Las acciones y comportamientos de todo ser humano parecen inevitables en cada situación: las condiciones de cada personalidad y las condiciones del momento nos llevan a hacer lo que hacemos
impulsivamente, aunque haya otras opciones ideales que nos evitarían el malestar y las culpas que después nos acosan.

La vida y los seres vivos estamos esencialmente fusionados. La separación que establecen nuestras mentes no logra deshacer ese nexo profundo que ya está creado en la dimensión del Espíritu, donde todos somos uno. Si lo entendemos ahora, podemos cambiar nuestros enfoques y relacionarnos en esa unidad. Si no logramos hacerlo porque nuestros sistemas de creencias no lo contemplan así, esa comprensión queda relegada al paso del tiempo porque no podemos evitarla: no hay atajos en nuestra evolución para evadir nuestras relaciones y tareas de vida.

El viajero que recorre la tierra buscando su razón de ser siempre regresa a lo que él es. La meta de nuestras vidas es siempre el retorno a sí mismo, el autoconocimiento que nos trae a la paz. Una vez que el actor abandona el escenario puede recordar su actuación y el papel o los papeles que representó y evaluar sus vivencias.

Desde esa paz que asumimos vemos el mundo en equilibrio. Estar en paz significa sanar la mente y acogernos a los ritmos de la vida.

No es posible esconderse de sí mismo; no hay lugares, ni métodos, ni opciones para hacerlo.

Todo conflicto y enfermedad que progresan nos dicen que hemos perdido el rumbo. A través de la meditación y la oración podemos de nuevo asumir la autonomía. Otras personas no pueden hacer esa tarea por nosotros porque no nos es posible anular nuestro libre albedrío ni el de los demás y cada uno debe representar su propia vida.

Todo juicio es una ilusión, una trampa que colocamos en el sendero por donde hemos de pasar de nuevo en la oscuridad.

Toda negación a juzgar negativamente es una protección que nos concedemos a nosotros mismos: nada que lamentar, ninguna deuda por saldar, ninguna corrección posterior que hacer. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Orgullo del ego...

Life Coaching: AMOR SANO

Ataraxia Evolución

Reflexiones sobre la armadura oxidada...

Culpar

Autovaloración

Código para una vida centrada

La aceptación optimiza la adaptación

DESARROLLO PERSONAL CONSCIENTE: cultiva el autocontrol